jueves, 24 de septiembre de 2015

Leyendo el Quijote. Reflexiones (Capítulos I-VIII)




El libro de el Quijote forma parte de aquellos libros que en nuestra infancia todos hemos estudiado, pero nadie ha leído (al menos, el libro completo, sin ningún tipo de adaptación). Como acabo de decir, yo mismo leí el Quijote cuando era pequeño de una forma resumida y sintética. Sin embargo, ahora que lo estoy leyendo de forma completa y en una edición crítica, como la de Francisco Rico, estoy descubriendo que esta novela me gusta aún más de lo que me gustaba unos pocos años atrás. Las aventuras son tan apasionantes, algunas más divertidas que reflexivas y viceversa, que despiertan un continuo interés en seguir leyendo. Pues bien. He querido compartir con vosotros todos los apuntes y notas que he ido haciendo mientras leía la obra de Cervantes, algunas con más importancia que otras, pero que de igual manera me han marcado. 

El primer capítulo me resultó demasiado corto. Partimos de la afirmación de la pérdida total del juicio de don Quijote, o Alonso Quijano. De tanto leer libros de caballería (aunque yo diría más bien ''de tanto permanecer despierto leyendo''), nuestro protagonista se vuelve loco y decide emprender emocionantes aventuras en la piel de un caballero andante. Rescata del polvo y el olvido algunas armas de su bisabuelo y decide poner nombre a sus ideales: él mismo se hace llamar don Quijote, Rocinante es el nombre que elige para su rocín y Dulcinea para su amada, aunque la labradora en la que se basa para fijar su corazón es de todo menos dulce. Sin decirle nada a nadie, don Quijote se arma, se monta en su caballo y se lanza a los campos de Castilla. Está claro que, aunque haya perdido el juicio, don Quijote piensa detenidamente todos sus pasos al principio (se toma unos cuantos días para pensar el nombre de su caballo, etc.). Desde el momento en que ha dejado su casa, su vida cambia radicalmente, aunque sus metas se van a ver frustradas más de una vez. ¿Pero por qué ocurre esto? Puede ser porque, al perder el juicio, su mente se ha trasladado mecánicamente a otra época, la época de los verdaderos caballeros andantes (de ahí su arcaico lenguaje). Don Quijote no se da cuenta de que es un incomprendido y que no encaja en la sociedad en la que vive. Y ese, precisamente, es el motivo de su fracaso constante. Y de ahí la parodia cervantina.

Me hizo mucha gracia cuando Cervantes, al principio de la obra, dijo que poco importaba como se apellidase el hidalgo don Quijote, ya que es más importante si en la obra no se dice ninguna mentira de lo que a él le ocurrió. Puede que estemos ante un recurso cervantino que nos despiste, ya que, francamente, la mitad de lo que ocurre en la obra es imaginación de don Quijote y, obviamente, nadie a su alrededor puede ver lo que él ve (ni Sancho ve gigantes, sino molinos, ni hechiceros cuando se encuentran con los mercaderes). La mente de don Quijote lo programa todo para asociar todo lo que pasa con los libros de caballerías. El simple hecho de ansiar aventuras, como antaño vivieron los caballeros del tipo de Amadís, es lo que alimenta el poco seso del hidalgo, y lo que acrecienta su alucinación. Por lo tanto, diremos que la personalidad de don Quijote es idealista. Él mantiene unas metas que fracasan al no ser comprendidas por las gentes de la época: lo que en otras palabras llamamos utopías. Sin embargo, las aventuras que tiene y la gente que parece seguirle la corriente alimentan su locura y sus ideales, aunque no los compartan. Don Quijote asocia la realidad misma con la realidad de los libros, por lo que deforma el mundo de una manera bestial. Esto, en mayor o menor medida, es lo que pasaba en el descubrimiento de América.Recordemos que Colón asociaba todo lo que veía en las Indias a su cultura occidental y religiosa. Este idealismo se verá truncado a veces por su escudero, Sancho, que le acompañará en su segunda salida (tras la quema de libros), y que representará la parte más realista de la aventura. Aún así, Sancho también cae profundamente en algunas de las ilusiones, como por ejemplo, su obsesión por gobernar una ínsula. 

Un ejemplo de asociación con los libros de caballería podemos encontrarlo claramente en los episodios donde llega a la primera venta y se arma caballero (II y III). Nos encontramos a una serie de personajes identificados por don Quijote como gente noble, aunque en realidad no son lo que él cree. Tenemos una venta que para el hidalgo es un castillo; unas prostitutas que parecen ser damas, un ventero que es el gobernador del castillo, unos porqueros que son músicos y unos pobres alimentos que resultan ser manjares. Aunque ahí he de apuntar que no sé si don Quijote confundió los alimentos con manjares debido a su locura o al hambre que tenía de no haber comido nada en todo el día. Una vez descansado y armado caballero (a través de una ceremonia ridícula en la que todos parecían jugar a quién es más loco), don Quijote pretende volver a casa, siguiendo consejo del ventero, que le dice que más vale salir fuera con dinero y camisas limpias. En el camino, se encuentra con un labrador que está azotando a su criado, el cual ha perdido su rebaño de ovejas. Don Quijote ejerce de justiciero y manda automáticamente parar al bellaco agresor, acusándole de bruto y mal señor (ya que le debe dinero al joven siervo). Nos encontramos muchas referencias, al menos desde mi punto de vista, en esta parte de la novela: una referencia etimológica, ya que el apellido del campesino, ''Haldudo'' hace alusión a una persona ''astuta'' o ''falsa'', y una referencia geográfica del lugar de procedencia del labrador: Quintanar de la Orden, un pueblo cercano al Toboso (donde se encuentra la bella e idílica Dulcinea, amada de nuestro protagonista). Un escenario de alusiones para un final de aventura algo amargo: don Quijote, en su afán heroico, queda satisfecho de haber arreglado el conflicto, cuando todo lo que ha hecho es empeorarlo aún más (es decir, todo lo contrario a sus ideales). 

Tras abandonar el bosque de Andrés y Juan, don Quijote se encuentra con unos mercaderes que confunde nobles príncipes y caballeros. Estos cometen el error de profanar el nombre de Dulcinea, por lo que don Quijote arremete contra ellos. Sin embargo, tanta es su mala suerte que su rocín tropieza con una piedra y cae al suelo, molido. Si ya era bastante el peso de las armas y el tremendo golpazo que nuestro protagonista sufre al estamparse contra el suelo, ya ni pienso como se debió sentir cuando aquellas gentes le propiciaron tal paliza que casi lo dejan en el sitio. Fue su vecino, Pedro Alonso, el que tuvo que recogerlo y montarlo en un burro, de regreso al ''lugar de la Mancha cuyo nombre Cervantes no quiere acordarse''. Hay muchos detalles humorísticos en esta parte, como el hecho de que, a pesar de que los mercaderes estaban atizándole todo lo que podían, don Quijote no paraba de hablar. También su triste figura y las maldiciones que lanzaba por la boca mientras regresaba a casa sobre el burro, cuyo peso poético hacía que se tambalease su cuerpo encima del animal. En esos momentos solté una carcajada, para qué negarlo.

Una vez en casa, asistimos a lo que sería uno de los pasajes más curiosos del libro, precisamente por su relación con la Iglesia y la Inquisición. Para que el mal de don Quijote no vaya de mal en peor, el cura, el barbero, el ama y la sobrina de nuestro protagonista deciden quemar todos los libros de caballería y tapiar la librería para hacer como si nunca hubiera estado ahí. El cura y el barbero seleccionan todos los libros que puedan resultar perjudiciales, para después ir directos al fuego de la mano de el ama, que ya estaba deseando perderlos de vista. Tras el escrutinio, se prenden fuego a los tomos, como si aquello fuese una hoguera infernal y herética encendida por la Inquisición (como ocurrió como los libros prohibidos, por ejemplo). Después de eso, tapian la librería para que don Quijote crea que se lo ha llevado un hechicero que ha bajado del cielo. En ese momento pensé que, aunque el hidalgo estuviera como una cabra, también los familiares y amigos cayeron en la trampa de la imaginación tras contarle tal ridícula historia. De algún modo u otro, todos forman parte de la locura de don Quijote de la Mancha. Aunque, ¿no hubiera sido más fácil tapiar la librería con todos los libros dentro? Se hubiera ahorrado tiempo y trabajo. Pero...puede que sea una técnica cervantina para demostrar la cultura propia relativa al mundo de las caballerías. 

Finalizo mi reflexión con dos momentos que dan punto final a la primera parte de la primera parte de la obra. El primero es el más famoso de todo el relato, o el que mas se asocia con la figura de don Quijote y Sancho: el de los molinos de viento. En su travesía por la Mancha, el hidalgo arremete contra unos molinos que ve a lo lejos, creyendo que son gigantes monstruosos. La parte realista de Sancho entra en acción en ese momento, defendiendo a toda costa que son solo molinos de viento. Pero, a pesar de las advertencias de su viejo amigo, el hidalgo acaba estampado contra las aspas y Rocinante hecho trozos. A veces, pienso seriamente cómo don Quijote no la palmó más de una vez en las aventuras donde acaba apaleado o herido gravemente. Recordemos que es un anciano, teniendo en cuenta la esperanza de vida de aquella época. Tras el episodio de los molinos, don Quijote y Sancho Panza, en su camino a Puerto Lápice, se encuentran con unos frailes que confunde nuestro hidalgo con unos ladrones, por lo que, en su afán de justiciero, decide arremeter contra ellos. También se enfrenta a una comitiva de caballeros que llevan un carro de una señora adinerada en su interior, lo cual él toma como un secuestro de la mano de hechiceros. Un vizcaíno perteneciente al grupo, cuya actitud valiente le hace enfrentarse a don Quijote, decide retarlo montado en un burro y con una almohada de escudo (claramente ahí vemos la parodia). No sabemos quién gana el combate hasta haber leído el comienzo de la segunda parte de la primera parte de la obra (es decir, el capítulo IX). Esto es algo tan innovador como sorprendente: ese manejo de la estructura al antojo de Cervantes, que contribuye a reforzar la idea del Quijote como la primera novela moderna. 

Estructura externa de los 8 primeros capítulos:

I. Presentación de don Quijote.
II. Primera salida de don Quijote.
III. Don Quijote se arma caballero.
IV. Aventura de Andrés y de los mercaderes.
V. Encuentro con Pedro Alonso y fin de la primera salida.
VI. Escrutinio de la librería.
VII. Desaparición de la librería y comienzo de la segunda salida, esta vez con Sancho.
VIII. Aventura de los molinos y primera parte del combate con el vizcaíno.

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